COCIDACO CON LOS CHORBOS

02.02.2020

Tengo la suerte o la desgracia de haber pasado por muchos sitios en mi corta vida. Primero hice la carrera en Madrid, luego estuve un verano en Sevilla con unas prácticas, otro verano en País Vasco, un año de Séneca en Cartagena, un mes embarcado a Brasil, y ya luego en mi vida profesional, Cartagena Cádiz y ahora Ferrol. Esta etapa errática me ha aportado experiencia y sobre todo humildad para analizar lugares, costumbres y gentes. Lo primero que caracteriza a un personaje del sur, más concretamente del territorio andaluz es su capullez supina a la hora de realizar prejuicios sobre la gente ajena a su territorio (afortunadamente no me considero en este amplio grupo). El andaluz de pro piensa que su salero, su gracia y su "arte" es algo innato y autóctono, siendo igualmente de su propiedad absoluta el tener una mentalidad abierta, permitiéndose la licencia de juzgar a sus homólogos del norte. De esta manera se crea la fama de la frialdad de los gallegos, asturianos, vascos....pero nada más lejos de la realidad. De primeras un autóctono de aquí suele tener un semblante serio, pero es una simple apariencia, enseguida compruebas que derrochan nobleza y buenismo por los cuatro costados.

Mi primer contacto con los gallegos fue con los técnicos de informática de la oficina. Un paisano mío diría que son un par de siesos, pero en cuanto interactúas con ellos descubres que son unos cachondos tocapelotas, con un humor negro curioso. Desde ese momento, y con el día a día hemos ido relacionándonos con más gente del lugar y tengo que decir que son gente amable, abierta y dispuesta a ayudar, por mucho que les escueza a los de por ahí abajo.

Un día, por la oficina, apareció un hombre a un par de mesas de la mía, de semblante serio, fornido y campechano. Nos encontrábamos trabajando en el mismo proyecto y dentro del mismo equipo. En un momento de la mañana necesitaba resolver una duda que me estaba frenando, sin pensarlo dos veces acudí a este buen hombre. No solo no me brindó su ayuda sino que muy gentilmente me enseñó cosas del trabajo que en tiempos nadie se había parado a explicarme. Con los días hablamos de algunas cosas y observando su morfología intuía que este compañero sabía de comida. Le pregunté si me recomendaba algún sitio para ir a comer con un compañero de la empresa, me habló del O Pedreiro...después de la visita a este local confirmé mis sospechas, este tío sabe de lo que habla!

Con los días me comentó la posibilidad de quedar para cenar con él y su grupo de los "chorbos". Obviamente, después de aquel consejo del O Pedreiro, ¿cómo iba a decir que no? Siendo forastero, este selecto grupo de gallegos mayores que yo me acogió como uno más, abriéndome los brazos e invitando a compartir una suculenta cena, aún a día de hoy me siento afortunado de conocer a esta gente tan cojonuda y tan abierta...(igualito que en el sur....mis cojones en vinagre!). Estos cachondos tienen una especie de cuartel general de reunión, donde suelen quedar de manera sistemática para cenar de vez en cuando y compartir su pasión por la comida y el cachondeo. Este acuartelamiento es el bar O Chollo, un local situado en la calle Carlos III que pasa totalmente desapercibido, síntoma de que ahí se come de puta madre. La primera vez que quedé con los chorbos cenamos paella...bueno, para estar en una zona donde no es la especialidad culinaria, he de decir que me sorprendió gratamente, así como el ambiente de jolgorio que allí había.

Pasaron la semanas y se acercaba navidad, para despedir el año quedamos a tomar unas cervezuelas, esta vez invitaron a Alejandra a ir, y eso que son "los chorbos" porque evitan que las "chorbas" infecten su clima zen, no obstante, le brindaron la oportunidad a Alejandra para no quedarse sola en casa. Una vez más dieron muestra de su nobleza, y pasamos un tiempo estupendo, hidratando nuestras lozanas panzas con estrella de Galicia por doquier.

Resulta que en estos lares, cuando se acerca Febrero, se empieza a hacer la recolecta de los grelos, y esto significa que los gallegos empiezan a comer cocidos como si no hubiera un mañana. Siguiendo la tradición gallega, los chorbos quedan para comerse su reglamentario cocido, como no, en su cuartel general y de noche, como mandan los estatutos. Como dos miembros más de la familia fuimos invitados, no podíamos decir que no. De todas maneras, acudí a la cita con algo de recelo pues mi señora madre tiene la desgracia de ser madrileña, aunque es una ventaja para nuestro paladar... ¿a mí me van a sorprender con un cocido??? Me he comido muchos cocidos madrileños, tanto en casa como en mi época estudiantil en Madrid, que es la cuna del cocido, y por este motivo iba con grandes dudas.

Acudimos a nuestra cita unos minutos antes de la hora acordada. El O Chollo tiene una entrada con un par de mesas y una barra al frente, estando el salón comedor en la planta de arriba. Para amenizar la espera pedimos un par de cervezas...el aroma ya empieza a darnos pistas de por dónde van los tiros. Se aprecia el frenesí de las cocineras andurreando de arriba abajo por la cocina, portando bandejas de lo que parece ser avíos del cocido. Mientras refrescamos el gaznate nos quedamos obnubilados mirando una manta de tocino colgada tras la barra de unas dimensiones grotescas...si esa manta de tocino no pesaba 10 kilos...poco le faltaba. Al rato aparecieron los chorbos al unísono y tras tomarnos un vinito, nos pusimos manos a la obra...pa arriba!

En el salón nos esperaba la mesa ya puesta, con todo el instrumental quirúrgico preparado. Tras pedir un par de botellas de Mencía (Vino de la Ribera Sacra ES-PEC-TA-CU-LAR) nos trajeron dos cuencos de sopa.

Bueno, hasta ese momento aún dudaba del famoso cocido gallego. La sopa bien, aunque he de reconocer que me gusta más la sopa del cocido de mi madre, debe ser porque lleva años y años perfeccionándola para nuestros refinados paladares. La sopa estaba bastante buena, y se notaba que todo lo que allí antes se estaba recociendo había dejado sustancia.

Tras esta apertura de boca, vino el cocido en sí, el famoso cocido gallego por primera vez ante mí. Este manjar se sirve por dos vías distintas, por un lado una bandeja con los grelos y las patatas, y por otro lado un bandejón de similares dimensiones cargado de la enjundia, vaya, lo que viene siendo el cerdo (curioso por cierto, porque el cocido gallego a diferencia del madrileño lleva solo cerdo). Como si de una ofrenda a los dioses se tratase, sobre la bandeja bien colocado se encontraba la oreja, el rabo, costillas, lacón, tocino, panceta, morro y chorizo. He de reconocer que me sorprendió la ausencia de garbanzos, col, zanahoria...no obstante, de haberla habido, la habría dejado apartada para dejar hueco a lo importante.

Empieza la ingesta. Una patatita, unos grelos por aquí, un trozo de oreja, un trozo de tocino, un buen trozo de lacón...y un troncho de pan gallego. Aquello era el preludio del festín que iba a tener lugar. Entre risas y cachondeos íbamos saboreando cada parte del cerdo por su debido orden, miraba a Alejandra y la veía disfrutar y asentir con la cabeza a las preguntas de "¿te gusta? ¿está bueno?" su afirmación silenciosa era buen síntoma sin duda. Dentro de mí pensaba que no estaba tan mal aquello, dos fuentes de papas con grelos y dos fuentes de carnaca para 7...cantidad justita, pero dado el potencial calórico, suficiente...pero amigo...nunca subestimes a un gallego en lo que a comida se refiere...sin haber aún terminado las fuentes, apareció el agradable camarero con otras dos fuentes de carnaza....por la gloria de mi madre, se me salían los ojos de las orbitas....y venga a darle a la oreja, que manjar. Con la panza llena y con la satisfacción de haberme pegado un salvaje homenaje, dispuse los cubiertos en cruz como me enseño mi padre cuando uno da por finalizada la comida....aquello le debió sentar mal al camarero, que trajo OTRA fuente de enjundia....pero que BESTIA! Sin saber ya que hacer, ni dónde meter más cantidad, cogí mis utensilios y le pegué de nuevo a la oreja, con su pan por supuesto. Muy pocas veces en mi vida he comido hasta reventar, donde ya noto que la comida no baja por el esófago, pues bien, esta ha sido una de ellas...con lágrimas en los ojos ví como resultaba totalmente vencido por el cocido gallego, una salvajada sin precedente en mi vida culinaria. Pero si crees que todo acaba ahí...estás equivocado...espanzurrado sobre la mesa, agitando la bandera blanca, apareció el gentil camarero con los dulces típicos de estas fechas, freixós (como crepes) y orellas (masa frita con anís y azúcar glas)...por si fuera poco, acompañadas de sendos cuencos de chocolate y miel para acompañar a los freixós. Como renunciar a este manjar, y hacerle el feo al camarero....y venga freixós...y venga orellas....me sentía morir.

Mientras zampábamos aquellos dulces hacía verdaderos esfuerzos para no atragantarme de la risa por las conversaciones que teníamos en la sobremesa. Algunos miembros de los chorbos son unos frikis del cine de puta madre, pero frikis de las películas malas de antaño. Es más, tenemos un deber impuesto, buscar y ver la película de "Los Bingueros"...algo me dice que va a ser un antes y un después en nuestra vida. Por ponerle el punto negativo a la noche, uno de los chorbos tuvo los santos huevos de alegrarse por la muerte de Han Solo "si no lo mataba su hijo lo mataba yo!", y maldiciendo a Cheewaka por seguir vivo...espero que reflexione de tal ofensa a la saga de Star Wars...hay que ser cabrón.

Acabada la faena, nos ofrecieron un digestivo, y en honor a mi abuela y por absoluta necesidad, me bebí un chupito de triple seco (orujo blanco) a ver si aquello amenizaba la digestión, y quizás fuese la salvación para no perecer esa noche de un trombo producido por colesterol. Alejandra probó el pacharán que tan buenos recuerdos me trae de mi padre cuando recolectaba las endrinas para preparar este caldo tan típico. Aún quedaba la sorpresa final. Bajamos a la barra a pagar la cena, saqué un par de billetes y alucina....me sobraba el segundo....25€ aquella salvajada de cocido, con bebida, postres, café y chupito, toma del frasco carrasco!

Para finalizar la noche fuimos al centro a tomarnos la última...había que hacer tiempo para meterse en la cama, ya que la posible úlcera al coger la horizontal después del homenaje estaba casi garantizada. En agradecimiento a mis amigos los chorbos, por darme esa lección de lo que es un cocido, les devolví la lección enseñándoles a jugar a los dardos, soy una persona noble también.

Y así es como se las gastan aquí, personas campechanas de buen corazón que acogen a los forasteros como nosotros y nos abren las puertas de su casa y de sus cuarteles para compartir una cena entre risas y festejos. No sabemos dónde estaremos mañana, pero lo que sí sabemos es que aquí siempre tendremos las puertas abiertas. Gracias amigos por esta cojonuda velada.

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